Cuento: La equivocación del Ratón Pérez

Era una vez un niño de seis años que tenía uno de sus dientes delanteros tan flojo que parecía se columpiaba dentro de su boca cada vez que su lengua lo empujaba.
A pesar de que sus papás le insistían en quitárselo, él decía que no porque tenia miedo a que le doliera.

El día que pasó lo inesperado, el niño se acostó como siempre y rápidamente se durmió. Unos minutos mas tarde, al confirmar que estaba dormido, detrás de la cortina salió el Ratón Pérez cargando sus pequeños costales, uno con monedas y otro con los dientes que iba recogiendo.

Subió rápidamente a la cama con la agilidad típica de los ratones y buscó debajo de la almohada el diente pero cual fue su sorpresa ¡el diente no estaba!
El Ratón Pérez pensó: Esto no puede ser ¿donde estará el diente?. Entonces decidió buscarlo por toda la cama y hasta en el piso, cuando se acordó de un detalle, ¡este era el niño que le habían comentado que no quería que le quitaran el diente! Subió a la cama, y como el niño estaba roncando con la boca abierta, le fue fácil ver que ¡ahí estaba el diente flojo!

El Ratón Pérez no tenia mucho tiempo que perder, tenia tantos dientes que recoger esa noche que sin pensarlo mucho, abrió su chaleco y sacó una pequeña bolsita transparente que dentro tenía un polvito muuuy finito de color dorado, era el polvo “Afloja-Dientes”. El Ratón Pérez lo tomó con su manita y lo aventó hacia el diente flojo, se escuchó una música como de campanitas y en ese minuto, el Ratón Pérez se llevó un gran susto ¡había echado demasiado “Afloja-Dientes”! y el diente que estaba junto del diente flojo había recibido una buena parte del polvo también.
Preocupadísimo, el Ratón Pérez se preguntaba qué podía hacer para remediar su error, ¡eso nunca le había pasado en todos los años que tenia recogiendo dientes! Y pensaba: “Necesito hacer algo rápido, el niño se puede despertar y tengo muchos dientes por recoger…¡ya sé!” Abrió el costal que tenía el dinero, sacó dos monedas doradas y las puso debajo de la almohada. Sonrió levemente y salió del cuarto tan rápido como había entrado.

Al sentir el sol sobre su cara, el niño se despertó e inmediatamente sintió algo extraño en su boca. Con su lengua trató de empujar su diente flojo y se dio cuenta que ¡tenía un hueco enorme! Dio un brinco como chapulín y mientras corría hacia el baño, gritaba desesperado: ¡Mamá, mamá se me cayó el diente!
Al llegar al espejo quedó atónito, había perdido no sólo uno ¡sino dos dientes! ¿Cómo era eso posible? Estaba a punto de llorar desconsoladamente cuando se acordó de un detalle. Salió corriendo a su cuarto, levantó la almohada y para su sorpresa ¡había dos brillantes monedas! El niño comenzó a saltar y gritaba con alegría: ¡Soy rico, soy rico!

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